MALA MADRE
Ya de niña tuve muy claro que no quería ser madre.
A esta elección contribuyeron de forma decisiva las mujeres de mi entorno familiar, que se reunían para competir entre ellas sobre cuál había sufrido un embarazo peor o un parto más terrible. Ninguna pudo ganar a mi madre, que murió al dar a luz a su primer churumbel. Y eso que solo fue durante un rato, porque de haber muerto para siempre no estaríais leyendo ahora estas líneas.
Yo era una chiquilla, pero escuchar el trajín de aquellas mujeres, en cuanto a sus cargas de trabajo y de cuidados en absoluta soledad, me desmotivó completamente.
La guinda sobre la maternidad me llegó cuando conseguí un trabajo de socorrista. Observar a familias enteras yendo en taparrabos de aquí para allá durante diez veranos consecutivos, a su solaz y en su mejor momento, justo cuando disfrutan de su tiempo libre en las piscinas, fue una experiencia inolvidable.
¿De verdad saben las madres lo que es el tiempo libre? ¿Se toman alguna vez un respiro?
Una buena madre jamás tiene un segundo de descanso, y menos aún en verano. Las criaturas campan entonces a sus anchas molestando a todo el mundo, y las primeras que sienten esa molestia son las propias madres. Hay que verlas y oírlas cuando pierden los nervios.
Con semejante panorama no es extraño que decidiera libremente no ser madre. Bueno, lo de ‘libremente’ es una forma de hablar… A lo largo de mi vida he tenido que aguantar juicios de valor y soportar las ideas más peregrinas, tanto de los más allegados como de gente que me importaba un pimiento. Porque en este tema cualquiera se cree con el derecho a opinar, a sacarte del error y a reconducirte, si le dejas, por el buen camino. Por el suyo, claro está.
A fin de cuentas, soy de una generación que ha tenido muchos problemas con los arroces que se pasan. Incluso he sufrido campañas políticas animándome a una curiosa forma de ser patriota: la de poner todo mi tiempo, mi ocio y mis ilusiones, todas mis perras e incluso mi vida entera, a disposición de una persona que ni siquiera conoces...
La única voz disonante en toda esta conspiración fue la de mi amiga Conchi, que me advirtió: “a ti ni se te ocurra tener hijos, porque serás muy mala madre”. Y cuando le cuento a alguien la opinión de mi amiga, se llevan las manos a la cabeza.
Las lenguas viperinas afirman que con amistades así no se va a ninguna parte, pero yo creo que es al revés. Su asesoramiento en este tema fue el mejor que pude obtener. Mi amiga me habló no sólo con el corazón en la mano sino también con conocimiento de causa, ya que ella es una madre maravillosa y tiene una gran familia. Y gracias a su sinceridad me libré de sufrir una auténtica pesadilla.
Lo reconozco. De haber sido madre, yo hubiera sido un completo desastre. Un desastre como tantos otros que veo a diario pero de los que no se habla. Hablar mal de una madre es tabú. Porque todas las madres son buenas, abnegadas y fabulosas.
Así que en esta nueva aventura le voy a dar gusto a todas aquellas personas que no pararon ni un segundo de criticarme. Me voy a dejar llevar por las señales con las que se bombardea a las mujeres para que sean madres. Voy a asumir esta misión, aunque no me guste. Y sí, voy a ser madre. Al menos sobre un escenario. Voy a introducirme en ese carrusel de emociones que es la maternidad intentando pasar un buen rato. Y si hay suerte, lo mismo nos da por pensar. Quizá por fin se arrepienta alguien de dar ideas, y piense: ¡no por favor, no lo hagas!
A ver, que no lo hago por mí. Lo hago por vosotros. Para que tengáis una pensión. Y para que veáis también hasta qué punto se me ha pasado el arroz.
HELENA CASTILLO
Desde un principio tuve presente que las palabras que saldrían por la boca de Concepción serían pocas. Y en cualquier caso las imprescindibles, porque la tontería se muestra parca en argumentos y es contundente en su expresividad. Así que el texto ocupa, en folios, menos de la mitad de lo que es habitual en nuestros espectáculos. Y cada frase escrita tiene siempre una intención detrás.
La autoría de la obra está compartida por el equipo artístico. El proceso creativo se ha ido elaborando entre Zaragoza y Gerona en una docena de encuentros. Pero obtener la sencillez ha requerido un trabajo intenso y muchos ensayos.
LA ELEGIDA, desde mi punto de vista, es la lucha que se produce dentro del clown entre Concepción y Helena Castillo. Esa pugna origina situaciones cómicas y otras más emotivas ofreciendo transiciones rápidas y brillantes, donde lo fundamental no es la historia que se cuenta sino la manera de ser de nuestra protagonista.
La rareza del personaje es fruto del esfuerzo que han puesto Helena y Pep,
el resto es un regalo para el público.
Arropada por la extraordinaria música de Olena Panasyuk e iluminada de forma precisa por Fernando Medel, Helena Castillo se deja llevar de la mano de Pep Vila para servirnos a Concepción, personaje de una hermosura enajenada y de una imprudencia inquietante. Concepción representa la ignorancia más atrevida, una chifladura fascinante que se ve sometida de pronto a la pulsión de concebir. Con este entrañable propósito, nos dejaremos atrapar por las señales que la guían y los impulsos que la asedian. Y la trataremos con un cariño enorme, porque ni ella misma sabe dónde se mete ni a dónde la conducirán sus actos.
Con LA ELEGIDA nos hemos embarcado en la extraña misión de una mujer que se siente rara, pero que no se hace preguntas. Y en esta ocasión utilizamos la herramienta del HUMOR desde un ángulo diferente.
Al fin y al cabo, para esta misión, hemos contado con Pep Vila, reconocido maestro de clown. Que nos ha enseñado, entre otras muchas cosas y con una profunda abnegación, a distanciarnos del personaje, proyectando su imbecilidad de una forma exquisita. Y así, sembrada de extrañas sutilezas y envuelta en una elegancia absurda, Concepción se volverá tan tierna y humana que nos resultará encantadora.
SERGIO PLOU